Conscientes de un vivir en conciencia: el fundamento de los consensos

“Axiomáticamente, no hay más que un avance: la cognición al servicio de la entereza; como tampoco hay más que un desarrollo: el don de la inspiración al servicio de la entrega”.

                  Nos hemos globalizado y, eso, está muy bien; ahora nos falta sustentarnos en el verdadero amor, conocedores de que el espíritu fraterno, es lo que nos obliga a desvivirnos por vivir la acción colectiva, como fuerza orientadora para lograr la concordia, desde el abecedario del respeto mutuo y el lenguaje de la tolerancia. En consecuencia, ha llegado el momento, tan precioso como preciso, de activar la pausa, para oírnos y vernos junto al mejor libro de moral que llevamos en nuestro fuero interno, lo que conlleva prioritariamente a recogerse y acogerse unos en otros; puesto que, nuestra historia humana, también tiene un destino común. Desde luego, esta nueva era debe volcarse en lo auténtico, comenzando por asegurar a todo ser humano una existencia conforme a su dignidad.  

                   El relativismo no es la solución y la falsedad nos deja sin percepción. Aprendamos a desenmascarar, el verdadero peligro destructor, ese que radica en cada uno de nosotros, pues disponemos de instrumentos cada vez más poderosos, capaces de llevarnos tanto a la ruina como a las más altas conquistas. Es cuestión, entonces, de tomar reparo. Esto hace que nos descubramos, acusándonos a nosotros mismos, por no haber sido capaces de aprender a reprendernos. Sin duda, necesitamos tiempo para nosotros, para la reflexión ética y la clemente faena, sobre todo a la hora de abordar nuestros propios retos. De lo contrario, germinará la furia irresponsable, al no haber trabajado por mantener viva esa pequeña chispa iluminadora de fuego celeste, que puebla los interiores para poder discernir. 

                  Axiomáticamente, no hay más que un avance: la cognición al servicio de la entereza; como tampoco hay más que un desarrollo: el don de la inspiración al servicio de la entrega. Pero, ¡cuidado!, esto no significa seguir al interés del propio yo, haciendo lo que me conviene. ¡No es esto! Realmente, la sabiduría radica en ese espacio íntimo, donde confluye la verdad con la bondad, el espíritu donante con la suma de labores conjuntas, hasta volvernos ciudadanos dispuestos a trabajar: corazón con corazón y sin coraza. La quietud, en efecto, no se consigue mediante el equilibrio de fuerzas y de beneficios, se alcanza más bien con la confianza que nos inspiran sentimientos humanitarios. Por otra parte, una sociedad es noble y respetable por su apego a los principios fundamentales.

                  Por ello, es vital que la ciudadanía tome conciencia de que estamos viviendo situaciones verdaderamente crueles e inhumanas. El primer cambio es de conciencia, de que la justicia social se ajuste a la diversidad cultural, dando visibilidad a los más vulnerables. También hay que frenar los discursos de odio; si es preciso usando la inteligencia artificial o patrullando las redes sociales, para detectar y frenar el ciberacoso y la violencia digital. Además, quizás tengamos que continuar educando para la sociabilidad, considerando algo tan vital, como que no se pierda un solo talento por falta de oportunidades. Lo que nos recuerda, asimismo, que tenemos que salir de este mundo de barbarie o este mundo pondrá fin a la humanidad.  

                  Hay que enamorar al mundo, en comunión de servicio. Urge, por ende, que todos fomentemos una cultura de paz con amor y lo hagamos activando la voz del alma. Tan sólo hay que proceder, con unas entretelas puras, a promover una conciencia global, que de sanación a un mundo fracturado y peligroso, en el que nadie es nada por sí mismo, sin los demás. Nos precisamos todos. De modo que, cuando hablamos de cuidar la casa común que es el planeta, acudamos a ese mínimo de noción universal y de preocupación por el cuidado mutuo. Porque si alguien tiene algo que ofrecer, para dar vida, es porque ha logrado una altura moral que le permite trascenderse para sí y para sus análogos. Lógicamente, cualquier ciudadano de bien, prefiere perder el honor antes que la sensatez.                                                                        

Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor

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