Por Luis Martín Cueva Chaman
El mundo llora la partida del Papa Francisco. El líder de la Iglesia Católica nos dejó este 21 de abril, marcando el final de un pontificado que supo conectar con la gente de maneras inesperadas. Para muchos fue un líder espiritual, para otros, un reformista, pero su legado trasciende los muros del Vaticano. Se inscribe en la historia como una figura que supo tender puentes, dialogar con el mundo contemporáneo y, curiosamente, para muchos, compartir una profunda afición por el fútbol. Su partida nos recuerda que incluso las figuras más trascendentales tienen aficiones terrenales que los acercan a nosotros.
Jorge Mario Bergoglio, el primer Papa latinoamericano de la historia, nació en Buenos Aires, una ciudad donde el fútbol es más que un deporte: es cultura, identidad y casi una religión. Desde pequeño, Francisco fue hincha de San Lorenzo de Almagro. La historia de su amor por el Club no fue un secreto. Desde su infancia en Buenos Aires, el fútbol formó parte de su vida, una conexión que nunca ocultó, llegando incluso a jugar como portero de joven. «Recuerdo, en particular, el campeonato de 1946, el que ganó mi San Lorenzo. Recuerdo aquellos días que pasé viendo a los futbolistas jugando y la alegría de nosotros, los niños, cuando regresábamos a casa: la alegría, la felicidad en la cara, la adrenalina en la sangre», compartió en una entrevista.
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Incluso siendo sumo pontífice, se conocieron anécdotas de su interés por los resultados del equipo, de cómo recibía camisetas y otros obsequios con los colores azulgrana. Esta cercanía con el deporte popular lo humanizaba, brindándole esa cercanía a la gente común, que sufre y que conoce las derrotas en la vida.
Pero la relación de Francisco con el fútbol fue más allá de una simple afición. En sus mensajes, en sus encuentros con deportistas, se vislumbraba una comprensión profunda del poder del deporte como herramienta social, como vehículo de valores como el trabajo en equipo, el respeto, la disciplina y la superación. No dudó en señalar la responsabilidad de los futbolistas como modelos a seguir, instándolos a ser conscientes de su influencia, especialmente en los jóvenes.
En su momento, Francisco reveló su “devoción” por el rey del fútbol Pelé, llegando a catalogarlo como “el gran señor» del fútbol, en una entrevista, en la cual también destacó la grandeza de los astros argentinos Lionel Messi y Diego Maradona.
La imagen de un Papa recibiendo camisetas de equipos de todo el mundo incluso bromeando sobre los resultados deportivos, rompía con la rigidez protocolaria y mostraba un lado más humano y accesible de la figura papal. Para muchos, esto era especialmente significativo, ya que reflejaba una sensibilidad hacia la cultura popular y las pasiones que unen a las personas.
Más allá de su afición personal, Francisco elevó el deporte a una dimensión espiritual. En sus reflexiones, a menudo vinculaba los valores deportivos con los principios cristianos. “Les pido que recen por mí, para que también yo, en el ‘campo’ en el que Dios me puso, pueda jugar un partido honrado y valiente para el bien de todos nosotros”, declaró alguna vez.
La figura de Francisco como el líder de la iglesia trascendió las fronteras religiosas, constituyendo un legado de abierto diálogo con la gente, a través de pasiones compartidas, como el fútbol, lo que lo convierte en un paradigma fuera de toda regla. Muchos lamentan la pérdida de un líder espiritual que supo hablar el lenguaje universal del amor, de su pasión por el fútbol y su gran devoción por Dios con lo cual buscó en gran medida encontrar puntos de encuentro, de construir puentes de diálogo y de reconocer la humanidad que nos une, más allá de las diferencias.
Que en paz descanse el Papa Francisco, un hombre que supo llevar la fe y la pasión del fútbol en su corazón