Con un rosario entre las manos, Juanita, una madre mexicana de 41 años con más de dos décadas viviendo en EE.UU., reza cada vez que cruza la puerta de su hogar. Vive en una zona rural del sur de Texas con su esposo, un carpintero estadounidense, y su hija de 17 años, quien tiene síndrome de Down. Sin documentos migratorios, su mayor temor hoy no es la enfermedad: es ser detenida por agentes de inmigración mientras recoge sus medicamentos para la prediabetes.
En medio de un operativo de deportaciones intensificado por la administración del presidente Donald Trump, cientos de migrantes en Texas están evitando acudir incluso a clínicas médicas por miedo a las redadas. Esta estrategia federal ha generado una atmósfera de paranoia y ansiedad que afecta a miles de familias latinas, muchas de ellas con años, o incluso décadas, asentadas en el sur del estado.
Redadas en Texas: el impacto cotidiano del miedo migratorio
Desde junio de 2025, cuando comenzaron las redadas de agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) en el Valle del Río Grande, las escenas de agentes patrullando estacionamientos, mercados de segunda mano y hasta clínicas de salud se han vuelto comunes. Según informes locales, más de una docena de personas fueron arrestadas el mes pasado en operativos dentro de supermercados y restaurantes.
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Juanita no pudo ir a la farmacia porque, como le advirtió su esposo, el estacionamiento estaba lleno de vehículos oficiales. “Si me atrapan, ¿quién cuidará de mi hija?”, se pregunta, mientras otras madres como ella enfrentan dilemas similares.

Fotografía cedida por el Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE) donde aparecen dos agentes durante el arresto de inmigrantes indocumentados, en Luisiana (EE.UU.). EFE/ ICE
A pesar de vivir en un país que históricamente ha sido símbolo de esperanza y oportunidades, las políticas actuales en Texas empujan a los migrantes a una especie de encierro forzado. La mayoría teme moverse por la ciudad, incluso cuando su salud depende de ello.
Redadas en Texas afectan a comunidades con altas necesidades médicas
El Valle del Río Grande es una de las regiones más pobres y con mayores problemas de salud en EE.UU. Cerca del 50% de su población padece obesidad, una de cada cuatro personas vive con diabetes y muchas mujeres tienen una alta incidencia de cáncer de cuello uterino. La región también tiene una gran cantidad de adultos mayores que sufren enfermedades crónicas sin tratar.
Sandra de la Cruz-Yarrison, directora de la clínica Holy Family Services en Weslaco, explica que las redadas han vaciado las salas de espera. “La gente no se va a arriesgar. Prefieren quedarse en casa a buscar atención médica. Están siendo separados de sus familias”, afirma.
El Dr. Stanley Fisch, pediatra en la región, advierte sobre las consecuencias médicas de esta política migratoria. “Siempre hemos tenido personas con enfermedades crónicas sin tratamiento, pero ahora esto se está agravando. Es una situación muy peligrosa”, señala.
Fotografía cedida por ICE de migrantes indocumentados detenidos, en el hipódromo Delta Downs, en Luisiana (EE.UU.). EFE/ ICE
La clínica Holy Family, que antes prestaba servicios móviles a través de una camioneta equipada para llegar a zonas remotas, tuvo que suspender sus recorridos. El temor es tan profundo que muchos ni siquiera se atreven a escribir su dirección en formularios médicos o aplicar a Medicaid por miedo a ser localizados por el ICE.
Redadas en Texas provocan caída en atención médica infantil
La situación no afecta solo a los adultos. Una investigación reciente de la Universidad de Boston muestra una caída del 5% en las visitas médicas de niños nacidos de madres inmigrantes tras el anuncio de políticas más duras de Trump. La pediatra Stephanie Ettinger de Cuba, quien participó en el estudio, explica: “Las familias tienen miedo incluso de hablar con el pediatra o enviar a sus hijos a la escuela”.
Casos como el de María Isabel de Pérez, de 82 años, ilustran el impacto del miedo. Su hijo ignoró dolores abdominales por semanas por temor a ser arrestado en el hospital. Solo fue cuando se le reventó el apéndice que buscó ayuda médica. “Esperó porque tenía miedo”, explica Pérez. Su hijo aún no se recupera y ha perdido su empleo en los campos agrícolas de Arkansas.
Redadas en Texas intensifican el aislamiento y la pobreza
El aislamiento social está provocando una crisis silenciosa en el bienestar general de los migrantes. María, una mujer casada con un camionero estadounidense, dejó de trabajar en el campo y de vender ropa en mercados. Ahora solo sale para repartir alimentos desde un banco comunitario. Antes de las redadas, más de 130 familias pasaban a recoger víveres. Hoy, menos de la mitad aparece.
Los hijos de María, de 16, 11 y 4 años, pasan el verano encerrados en casa. Su hija mayor necesita atención médica para la depresión, pero se niega a asistir a la consulta. “Está demasiado asustada”, comenta su madre.
La situación se agrava con la revelación de que el ICE ha tenido acceso a datos personales de salud de los 79 millones de afiliados a Medicaid y CHIP en todo el país. Esta información, que incluye direcciones y nombres, podría ser utilizada para localizar a personas en situación migratoria irregular.
En Texas, una nueva medida obliga al personal de urgencias a preguntar por el estatus migratorio de los pacientes. Aunque la ley federal obliga a atender a cualquier persona que llegue a emergencias, esta práctica podría disuadir a los más vulnerables de buscar atención médica oportuna.
Redadas en Texas: los migrantes viven bajo vigilancia constante
La administración de Donald Trump tiene como meta deportar a un millón de personas antes de fin de año. Para ello, los agentes han sido autorizados a ingresar a espacios tradicionalmente considerados seguros, como iglesias y hospitales.
Grupos de derechos humanos han denunciado que estas medidas cruzan una línea ética. “La vigilancia total que viven estas personas no es propia de una democracia”, comentó recientemente un vocero del American Immigration Council.
Mientras tanto, las comunidades afectadas siguen enfrentando su día a día con miedo. “No somos malas personas”, afirma María, mientras su hijo pequeño saborea una paleta de dulce en la mesa. “Solo queremos un futuro mejor para nuestros hijos”.
Y en casas como la de Juanita, la rutina diaria comienza y termina con una oración. Ella no sabe cuándo volverá a la farmacia, pero tiene claro que no puede arriesgarse. José, su hijo de 15 años, lo resume con una frase que se repite en muchos hogares del sur de Texas: “Siempre rezamos antes de salir”.