En el sur de México, específicamente en Tapachula, Chiapas, se está gestando una iniciativa que busca transformar la vida de miles de niños migrantes que atraviesan el país en su camino hacia Estados Unidos. Esta ciudad se ha convertido en un punto crucial en la ruta migratoria, donde la educación emerge como una herramienta fundamental para garantizar el bienestar y el futuro de estos menores.
El desafío de la educación migrante en Tapachula
La migración infantil en México ha experimentado un incremento significativo en los últimos años. Según datos de la Unidad de Política Migratoria, en 2024, más de 108,000 niños migrantes llegaron al país, lo que representa un aumento del 514% en comparación con 2018. Sin embargo, el acceso a la educación para estos menores enfrenta múltiples obstáculos.
En Tapachula, una ciudad fronteriza con Guatemala, la situación es particularmente compleja. A pesar de los esfuerzos de las autoridades y organizaciones civiles, solo el 20% de los niños migrantes logran acceder a la educación formal. El 80% restante enfrenta barreras como la falta de documentos oficiales, discriminación y desconocimiento de sus derechos.
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Iniciativas educativas en Tapachula
Frente a esta realidad, diversas iniciativas han surgido para ofrecer educación a los niños migrantes. Una de ellas es el programa implementado en el Centro de Desarrollo Comunitario (Cedeco) Estación Ferroviaria, donde maestros imparten clases a menores de diferentes nacionalidades, incluyendo El Salvador, Honduras, Guatemala, Venezuela y Haití. Estos espacios educativos buscan proporcionar a los niños una formación básica que les permita continuar su educación en otros lugares, ya sea en México o en su país de origen.
Además, el gobierno de Chiapas, en colaboración con el Instituto Nacional de Migración (INM), ha establecido un programa piloto en Tapachula que atiende a 300 niños migrantes. Este programa ofrece educación con validez oficial durante un periodo máximo de 90 días, brindando a los menores la oportunidad de continuar su formación académica en un entorno seguro y estructurado.
Foto: Juan Manuel Blanco/EFE
Desafíos persistentes
A pesar de estos esfuerzos, persisten desafíos significativos. La falta de recursos, la escasez de personal capacitado y la necesidad de documentación oficial son obstáculos que dificultan la expansión y sostenibilidad de estos programas educativos. Además, la discriminación y la barrera lingüística, especialmente con niños haitianos que hablan criollo, complican la integración de los menores en el sistema educativo.
Asimismo, la situación política en Estados Unidos, con la llegada de la administración de Donald Trump, ha generado incertidumbre entre los migrantes. Muchos intentan llegar al norte del país antes de la implementación de nuevas políticas migratorias, lo que aumenta la presión sobre los recursos y servicios disponibles en Tapachula.
La importancia de la educación migrante
La educación es un derecho fundamental que debe garantizarse a todos los niños, independientemente de su estatus migratorio. Como señala Juan Martín Pérez, coordinador de Tejiendo Redes Infancia en América Latina y el Caribe, «no importa la condición migratoria, un niño, una niña, solo por estar en territorio mexicano, tiene acceso y garantía a todos sus derechos: escuela, salud, protección y reunificación familiar».
Además de ser un derecho, la educación es una herramienta clave para romper el ciclo de pobreza y violencia que enfrentan muchos niños migrantes. Proporcionarles acceso a la educación no solo les ofrece conocimientos académicos, sino también habilidades sociales y emocionales que les permiten adaptarse mejor a nuevas culturas y entornos.
Foto: Juan Manuel Blanco/EFE
El papel de la sociedad civil
La sociedad civil juega un papel crucial en la atención y educación de los niños migrantes. Organizaciones como Médicos Sin Fronteras y Proyecto Faro han estado trabajando en Tapachula para ofrecer apoyo psicológico, asistencia legal y programas educativos a los menores migrantes. Estas organizaciones complementan los esfuerzos del gobierno y ayudan a llenar los vacíos que existen en el sistema oficial.
Además, iniciativas comunitarias, como la escuela improvisada en el mercado Laureles, creada por la maestra hondureña Mayuri Ramírez, demuestran cómo la solidaridad y el compromiso de individuos pueden marcar una diferencia significativa en la vida de los niños migrantes.